martes, 26 de febrero de 2008

NÓMADAS


A veces sueño que no me he ido, que sigo atado mansamente al pesebre de los bienpensantes. Los días corren y nada parece alterarse a mil kilómetros a la redonda. Pienso que mi vida no es ésta, que nada de lo que me rodea me es propio, que no tengo iniciativa sobre lo que va determinando la arquitectura de cada día, de cada idea. Las claves se retuercen y todo parece confluir en un viejo álbum de inútiles sellos que sólo testifican un pasado más o menos congruente, una desidia latente que me guía hacia la nada como un faro ciego. Un cuerpo en transición que me culpa de los errores que se fueron cimentando durante los días en los que pastoreaba pacientemente la soledad. Sin embargo, siento las arenas cribando mis pies, el calor sobre mi espalda y el hambre vaga de horizonte secándome la retina. Rodeo mi sombra como un perro antes de dormirme hoyando el polvo, buscando el lecho que decante la vigilia que me enloquece como el viento que no descansa y devuelve a los marineros a su infeliz niñez, como el agua que me falta en mi huida precipitada, como el incienso que se quema en honor de los héroes que consiguen volver. Lejos, en el horizonte de la charca, hay pájaros y árboles que marcan el linde de la granja; más allá, la nada de los que no regresaron, de los que desertaron.

1 comentario:

Ophir Alviárez dijo...

Es tan familiar la sensación tras la lectura que me reconozco prófuga y esquiva pero...alguien a quien aprecio bastante me dijo recientemente que "todo regreso es el prodigio", quiero creer y aferrarme a la esperanza.

OA