jueves, 19 de mayo de 2011

APOCALIPSIS SEGÚN SAN JUAN






Había aprendido a vivir con rencor,
entre la lógica y el delirio,
desconfiando de cualquier ayuda que viniera de fuera,
trabajando sin descanso
pero sin derecho a fracasar,
intentando resultar creíble y
a veces
eligiendo la manera más perversa de hacerme daño

Sin duda llevaba muerta mucho tiempo
cuando nos encontramos.
Te dejé leer mis pensamientos,
te mostré mis cicatrices
y te hablé de los años malgastados
esperando un mañana que no existe.

Me respondiste
que nos habían dejado en herencia
un puñado de imágenes rotas
y que todo lo superfluo que acumulamos
era una especie de estafa o trampa.
Aunque tu mensaje era diáfano,
no lo comprendí,
pues tu objetivo solo era sobrevivir,
y el mío poder dejar de mentir algún día.

Parecías un buen hombre,
pero si alguien me preguntase
por tu papel en este drama
le diría que tú serías el primero
en traicionarme.

Ahora que nos hemos sincerado
el uno con el otro,
debería añadir que
ya era hora de que cruzáramos esa puerta.

Hace tiempo que sé
que para poder resucitar,
primero hay que bajar a los infiernos.
Pero prefiero olvidarme de todo
para descubrir exactamente
quien quiero ser
cuando suba el telón de nuevo.

Y al fin,
¿qué nos queda de toda esta supuesta aventura hesseliana?
El miedo de sabernos finitos,
el estupor ante lo que no se puede explicar,
la vergüenza de no haber aprendido lo único importante:
que solo se necesita lo imprescindible para vivir.

Cuando las puertas se abran de par en par,
el resultado será la verdad,
pero el precio a pagar,
¿es un precio razonable?

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