miércoles, 5 de diciembre de 2007

MAL DE ALTURA


He quedado con mi agente de la condicional

que tiene un ojo de cristal y aborrece mi facilidad de palabra.

Le confieso que tengo pesadillas con jorobados que venden lotería.

Me da dos aspirinas y me aconseja que no me preocupe.


Después de tres meses sin llover

te pido que me presentes a tus hermanos

‘Otro día’, respondes, enfatizando que no te interesan los atajos.

Izo una bandera blanca, tus gafas se empañan

y me derrumbo sobre tu cama como una ballena varada.



Es mediodía y tú no estás.

Por las calles sigo la flecha en pos del rastro de tu alma.

¿Qué desea?, me pregunta una bibliotecaria con tacones,

¿Tienen manuales de supervivencia?

‘No nos quedan, pero llévese este libro de instrucciones

para la máquina del aire acondicionado’.

Acepto gustosa, exhibiendo mi buena educación provinciana.



En el economato se celebra una competición de caracoles.

‘He olvidado la cartera, pero póngame una caja de tomates’.

En pago le enseño a mover las orejas

y al primer despiste, giro sobre mis talones

buscando un hormiguero en el que ocultarme.



Llego al recibidor, un muchacho se planta ante mí descalzo,

es albino y lleva mi nombre tatuado en el pecho.

Durante un minuto se afana en una danza de apareamiento,

pero se tuerce un tobillo y le reprocho su mala suerte.

¡Qué vida la mía!

Llamo a un salón de belleza y pido una depilación completa.

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