jueves, 29 de noviembre de 2007

SOL DE INVIERNO

Desconozco si alguien ha llegado a calcular las horas que perdemos a lo largo del día. No las que dormimos, ni las que empleamos en tareas mecánicas, sinó las horas que realemente entregamos a la nada, a existir. Inspirar y expirar, nada más. Mirar con las retinas desenfocadas el trozo de calle que se ve desde la ventana del trabajo, sin pensar en nada, con el cerebro en punto muerto o concentrado en una idea prosaica, colgado como una chaqueta en una percha. Segundos, un, dos, veinte... que van cayendo mientras hibernas sumergido en un profundo aburrimiento desarmado. Contra el que no protestamos porque ni siquiera nos sentimos partícipes de él. Miramos por la ventana como podíamos contar las teclas del teléfono, sin margen para la sorpresa. Deconexiones temporales dolorosas como recaidas, de las que renegamos porque en ellas malgastamos el tiempo de la vida. Por mi parte y desde hoy, las voy a dedicar a escribir aquí, en mi ventana.
Salud

1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesante reflexión. Reivindiquemos las horas perdidas (de obligaciones, de estrés, de quehaceres, de relaciones insatisfechas, de miserias...) para disfrutarlas. Quedarnos quietos. No hay que tener pánico al horror vacui. Necesitamos las horas vacías, que pueden ser las nuestras de verdad.